La Encarnación: Misterio de Amor

Dios es sólo amor en este misterio.

Un anciano dijo que Dios, al crear el mundo, se había convertido en amor, tan encantado estaba de la vista y complacido en la belleza de este universo. Pero él no había visto este misterio, y sólo conocía este mundo sensible entre las obras de Dios. Nosotros, pues, habiendo sido elevados a un conocimiento superior, habiendo caído en un tiempo mejor y en la plenitud del tiempo, que lleva la plenitud de Dios y la plenitud del amor de Dios en esta su obra, la principal de sus obras, y habiéndonos deleitado en la contemplación de este misterio, decimos que Dios, haciendo un mundo nuevo, y el mundo de los mundos, es decir, Jesús, se ha convertido en amor. Porque Dios es amor y sólo es amor en esta su obra, donde su poder, su bondad, su grandeza y su majestad se han convertido y transformado en amor. Y este misterio es amor y es sólo amor: como en él el amor une a Dios con el hombre, así la grandeza de Dios y la bajeza del hombre se transforman en amor por la fuerza del amor que obra este misterio y triunfa en él, en el que Dios ha puesto singularmente juntos su amor y el triunfo de su amor.

¿No vemos cómo el poder de Dios se transforma en amor, y cómo Dios, haciéndose impotente, sólo se muestra más poderoso amando? ¿No vemos cómo la grandeza de Dios se transforma en amor, y cómo Dios sólo se muestra grande en el amor? ¿No vemos que el poder y la grandeza son cautivos del amor en la impotencia y la humildad de la infancia? ¿No vemos que la majestad también se transforma en amor y se transforma en la benignidad y humanidad de un niño? Así Dios es amor y sólo es amor en este misterio. Y como el estado y la grandeza de Dios se transforman en amor, así el estado y la bajeza del hombre se transforman por el esfuerzo y el poder del amor. Dios es hombre; pero no es su naturaleza, es su amor lo que le hace hombre. Porque la naturaleza divina está infinitamente distante de la humana, y lo estaría siempre, si el amor, tan poderoso e infinito como la naturaleza, no uniera tan íntimamente la naturaleza divina con la humana, y las uniera en unidad de subsistencia, existencia y persona. Dios es hijo; pero lo es por amor, y no por necesidad de su condición, como los hijos de los hombres. Y es Dios niño, uniéndose poderosa, personal y amorosamente el poder y la divinidad con la infancia y la impotencia, de modo que debemos decir con asombro y admiración: La majestad ha asumido la bajeza; la fuerza, la debilidad; la eternidad, la mortalidad (San León).

Porque también vemos a Dios sufriendo, a Dios muriendo y a Dios muerto en una cruz y en un sepulcro. Pero es el amor, no su naturaleza, lo que lo reduce a este estado. Y su vida, su cruz, su muerte es amor; y cada una de ellas es amor, vida y poder. Y Jesús está vivo, amando y gozando en la muerte y en el sufrimiento, y dándonos en ellos y mereciendo la vida, el amor y el gozo. ¡Oh amor de Dios en este misterio! ¡Oh amor de Dios triunfante y amor de Dios unido! ¡Oh amor, ejerce tu poder sobre nosotros y sobre nuestro amor! Triunfa sobre nosotros, y triunfa sobre nosotros en Jesús, según la verdad de esta palabra: Él nos hace triunfar en Cristo (2 Co 2,14). Vivamos en Jesús, amemos en Jesús, triunfemos en Jesús; ¡y que Jesús viva en nosotros, ame en nosotros y triunfe en nosotros para siempre! Y puesto que el amor triunfa sobre Dios mismo, ¡que triunfe sobre nosotros, que somos sus súbditos y criaturas! Y ya que sólo el amor triunfa sobre Dios, ¡que sea el único amor de Dios el que nos cautive, y no nuestras pasiones y desórdenes! ¡Y que el único amor de Dios nos lleve en triunfo como cautivos suyos! Y puesto que el amor quiere triunfar tanto sobre Dios como sobre el amor de Dios en este misterio, ¡que el poder de este amor triunfante y de este misterio en el que triunfa se ejerza sobre nosotros y sobre nuestras voluntades para siempre!

Berulle, Grandeza de Jesús, VIII, 3

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