Berulle

Tú eres ahora, oh Jesús, ese hombre amoroso,

adorando y sirviendo a la suprema majestad

Grande y admirable Jesús, ¡te he contemplado y adorado en tu grandeza! Que yo también te contemple y te adore en el estado de tu abajamiento y servidumbre! Porque tú eres Hijo y siervo a la vez, sin interés alguno por el estado de tu propia filiación natural, ni por este estado y oficio de servidumbre. Y así como la naturaleza divina no altera ni afecta a la naturaleza humana en su propia esencia, sino que, por el contrario, conservándola, la eleva a un estado y dignidad infinitos, así tu nacimiento y grandeza eternos elevan y hacen tanto más admirable y adorable el estado de abajamiento y servidumbre a que te plugo a ti y al Padre eterno reducirte y aniquilarte por nuestra salvación. Eres, pues, oh buen Jesús, en la casa del Padre eterno, Hijo y siervo a la vez: siempre Hijo y siempre siervo, Hijo único y siervo único, el único Hijo propio y por naturaleza entre todos los hijos de Dios, y el único siervo elegido y único entre todos los siervos de Dios.

Tú eres ese siervo elegido, en quien sólo el Padre se complace, y por medio de él en nosotros. Tú eres ese siervo escogido, que sólo tú sirves a Dios con una clase de servicio que sólo a ti te pertenece, sirviéndole para borrar los pecados de la tierra, para satisfacer su justicia, para reconciliarlo perfectamente con la naturaleza humana: lo cual sobrepasa el poder de toda criatura que se separe de la gracia increada. Tú eres de nuevo ese siervo escogido que sólo sirve a Dios como Él es digno de ser servido, es decir, con infinito servicio; y sólo tú le adoras con infinita adoración, como Él es infinitamente digno de ser servido y adorado. Pues antes de ti esta suprema majestad no podía ser servida y adorada ni por los hombres ni por los ángeles con esa clase de servicio, por el cual es animado y adorado según la infinitud de su grandeza, según la divinidad de su esencia y según la majestad de sus personas. Desde toda la eternidad existía, en efecto, un Dios infinitamente adorable; pero no existía todavía un adorador infinito; existía, en efecto, un Dios digno de infinito amor y servicio, pero no existía un hombre o siervo infinito apto para prestar infinito servicio y amor. Tú eres ahora, oh Jesús, ese adorador, ese hombre, ese siervo infinito en poder, en cualidad, en dignidad, para cumplir este deber y rendir este homenaje divino. Tú eres ese hombre que ama, adora y sirve a la suprema majestad como ella es digna de ser amada, servida y honrada. Y como hay un Dios digno de ser adorado, servido y amado, así hay en ti, oh mi Señor Jesús, un Dios que le adora, le ama y le sirve, desde toda la eternidad, en la naturaleza que se ha unido a tu persona en la plenitud de los tiempos.

Berulle, Grandeza de Jesús, II, 4

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