El primero y principal, más aún, el único objeto de la mirada, del amor y de la complacencia del Padre eterno, es su hijo Jesús. Digo el único, porque como el Padre divino quiso que su hijo Jesús fuera todo en todas las cosas (Ef 1,23) y que todas las cosas fueran coherentes en él y por él (Col 1,17), así mira y ama todas las cosas en él, y en todas las cosas sólo lo mira y lo ama a él.

Jean Eudes

Cristo, centro de nuestra vida

Y como el mismo Apóstol nos enseña que hizo todas las cosas en él y por él (Col 1,16), así también nos enseña que hizo todas las cosas para sí (Heb 2,10). Y como ha puesto en Él todos los tesoros de su ciencia y sabiduría (Col 2,3), de su bondad y hermosura, de su gloria y felicidad, y de todas sus demás perfecciones divinas, así Él mismo nos anuncia, en alta voz y repetidamente, que ha puesto toda su complacencia y deleite en este Hijo único y amado (Mt 3,17). Esto no excluye al Espíritu Santo, puesto que es el Espíritu de Jesús y es uno con Jesús.

A imitación de aquel Padre celestial a quien hemos de seguir e imitar como Padre nuestro, Jesús debe ser el único objeto de nuestra mente y de nuestro corazón. Hemos de mirar y amar todas las cosas en él, y no hemos de mirar y amar nada más que a él en todas las cosas. Debemos hacer todas nuestras acciones en él y para él. En él hemos de poner todo nuestro contento y paraíso, pues como él es el paraíso del eterno Padre, en quien se complace, así este santo Padre nos lo ha dado, y él se nos ha dado para ser nuestro paraíso. Por eso nos manda que hagamos en él nuestra morada: Morad en mí (Jn 15,4). Y su discípulo amado repite dos veces su mandato: "Permaneced en él", dice, "hijitos míos, permaneced en él" (1 Jn 2, 27-28). Y San Pablo, para llevarnos a esto, nos asegura que no hay condenación para los que permanecen en Jesucristo (Rom 8,1)...

Pero cuando digo que Jesús debe ser nuestro único objeto, esto no excluye al Padre y al Espíritu Santo. Pues este mismo Jesús nos asegura que quien le ve, ve al Padre (Jn 14,9); quien habla de él, habla también de su Padre y de su Espíritu Santo; quien le honra y le ama, honra y ama del mismo modo a su Padre y a su Espíritu Santo; y quien le mira como único objeto, mira al mismo tiempo al Padre y al Espíritu Santo.

Considera a este amantísimo Salvador como el único objeto de tus pensamientos, deseos y afectos, como el único fin de todas tus acciones, como tu centro, tu paraíso y tu todo. Retírate a él en todos los sentidos, como a un lugar de refugio, elevando hacia él tu mente y tu corazón. Permanece siempre en él, es decir, que tu mente y tu corazón, todos tus pensamientos, deseos y afectos estén en él, y que todas tus acciones se realicen en él y para él...

Acuérdate de vez en cuando de que estás ante Dios y en Dios mismo; de que nuestro Señor Jesucristo, según su divinidad, te rodea por todas partes, e incluso te penetra y te llena de tal manera que está más en ti que tú mismo; de que piensa continuamente en ti y tiene sus ojos y su corazón siempre vueltos hacia ti.

John EUDES, Vida y Reino, l, 7
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