Berulle

adoremos y amemos esta primera oblación

y voluntad del alma de Jesús

Jesús, entrando sin demora en el mundo, se adentra en los santos pensamientos que nos representa el divino apóstol: Me has formado un cuerpo... por eso dije: he aquí que vengo... para hacer, oh Dios, tu voluntad (Heb 10,5.7).

la ofrenda de cristoTuvimos (en el Evangelio) una conversación celestial entre un ángel y la Virgen, pero aquí hay una conversación mucho más celestial y más digna de consideración. El que habla es el Verbo encarnado, y habla en cuanto está encarnado. De lo que habla es de su Encarnación, y del fin y uso de este altísimo misterio, y de la sustitución del Antiguo por el Nuevo Testamento. Aquel a quien se dirige es el Dios vivo, el Dios reconocido en el Antiguo Testamento, el Dios por quien se establecieron la fe y el culto de la Antigua Alianza, el Dios a quien se ofrecían los sacrificios, y que ya no los quería, para dar lugar a la Nueva Alianza. En definitiva, es Dios su Padre, autor del misterio de la Encarnación, y que en este misterio dio un cuerpo a su Hijo único, revistiéndolo de naturaleza humana: Me has dado un cuerpo...

Jesús ofrece y presenta este cuerpo suyo, destinado, consagrado y marcado ya para la servidumbre, la cruz y la muerte. Ofrece este cuerpo como hostia para la gloria de su Padre y para la salvación del mundo, y lo sustituye por todas las hostias que Dios, su Padre, ha recibido hasta ahora. Jesús, pues, que entra en el mundo y tiene tantos oficios y cualidades, parece dejarlos de lado y, en su primera conversación con Dios su Padre, toma la cualidad de hostia y se presenta a él en este estado: es su primer oficio para con Dios su Padre; es su primer ejercicio, y quiere ser sustituto de todas las hostias anteriores...

He aquí que vengo a hacer tu voluntad. Conoce y acepta la voluntad de Dios sobre él. Conforma su voluntad a esa voluntad. Entra en el ejercicio de su estado de huésped...

Así entra Jesús en el mundo y ofrece a Dios su Padre el primer uso de su ser, de su vida y de su voluntad, las primicias de su corazón y de sus pensamientos, las primicias del árbol de la vida dignamente plantado en el paraíso de la Virgen; su primera voluntad, que dirige todas sus voluntades y todos los estados de su vida en el mundo. Y esta voluntad primera es tan digna y de tan gran peso y eficacia que el Apóstol añade: en esta voluntad somos santificados (Heb 10,10). Esta es una gran palabra, y nos enseña que esta oblación interior y esta voluntad primitiva de Jesús entrando en el mundo es el origen de nuestra salvación, es una especie de justicia original que tenemos, no ya en Adán, sino en Jesús; es la justicia nueva que tenemos en el nuevo Adán. Una justicia mucho más excelente que la que teníamos en el viejo Adán.

Y esta voluntad mutua y recíproca del Padre hacia su Hijo, colocándolo en estado de huésped, y del Hijo hacia su Padre ofreciéndose a él en esta calidad, es la fuente de todos los bienes que tenemos que poseer en la tierra y en el cielo, y es el fundamento del estado del Nuevo Testamento: abroga el primer régimen para fundar el segundo (Heb 10,9)...

Adoremos y amemos esta primera oblación y voluntad del alma de Jesús. En este ejercicio y en esta voluntad de Jesús se encierra sumaria, originaria y divinamente la salvación y la vida del universo. Y a lo largo de nuestra vida el Espíritu de Jesús deriva e imprime en nuestra mente los efectos saludables de esta oblación primitiva, de esta vida interior y espiritual, de esta acción y comunicación de Jesús con Dios su Padre. Y estos efectos se aplican a nosotros por la generación que tenemos de Jesús en el Bautismo, y por todas las acciones e instituciones de la religión cristiana, que son otros tantos lazos nuevos que nos unen a Jesús, y nos hacen capaces de las operaciones de su gracia, de la participación de su santa vida y de la infusión de su espíritu en nuestras almas.

Berulle, Vida de Jesús, cap. 27, 1